4log

Tu última sonrisa pícara, mi último regaño cómplice.

Me tocó alejarme del papel y la pluma por un rato. Ya llevaba varias semanas sin poder hacer lo que para mi es tan natural como respirar.  Porque yo sé que necesito escribir para sanar, pero sanar duele tanto en el proceso.  Y es que esta quizá sea una de las cosas más difíciles que he escrito en mi vida.  Es más, mientras escribo me tengo que ir secando las lágrimas porque no me dejan ver.  Pero es que ha llegado la hora de sacar de adentro el relato del momento en que su vida completo su intención y la mía encontró la suya.

El martes 10 de marzo del 2020 a las 6pm la entonces ministra de salud, la Dra. Turner salió en cadena nacional para comunicarnos la noticia que por días habíamos estado esperando.  El primer caso de Covid-19 en Panamá, había sido detectado. Al mismo tiempo, con nuestros congeladores, neveras y despensas llenas hasta el tope, nosotras nos preparábamos para arrancar aquella locura conocida entre nosotros los restauranteros como El Burger Week.

La incertidumbre se podía oler en el aire. Habían pasado solo unos cuantos días cuando el estado de emergencia se instauró en el país para nunca más irse.  Fue con este decreto que se iniciaron los cierres, el aislamiento y uno de los momentos más oscuros de la historia del país y del mundo.  Y mientras tanto, 4 Bistro al pie del cañón, con sus fogones encendidos en la cocina, esperando las órdenes de marcha.

Muy poco tiempo después, fuertes decisiones tuvieron que ser tomadas.  Seguiríamos operando el restaurante entre Marifer, Ana Cristina, tres fuertes mujeres de nuestro equipo y yo.  Al resto del equipo, las tuvimos que enviar a casa.   Para poder continuar funcionando, recortamos todos los gastos que no fueran imprescindibles y entre esos recortes, nuestros salarios.  Porque lo más importante era garantizar el pago de nuestras colaboradoras.  

Les echo todo este cuento, porque me interesa que conozcan nuestra situación.  Marifer y yo desde ese momento en adelante, no volvimos a ver un centavo de salario en nuestros bolsillos, pero aun así continuábamos, de amanecer a atardecer.  Sin descanso a la vista.  El estrés era tal que en el camino me rajé una muela y se me desprendió un pedazo de retina.  En fin, nos dolían hasta las hebras del pelo y ya no sabíamos qué día de la semana era.

Transcurrido cerca de un año desde que el bicho de coronas se había aparecido por aquí.  Las cosas seguían duras, pero las restricciones empezaban a flexibilizarse.  Habíamos reducido nuestra operación a su mínima expresión, pero aún así, seguía absorbiendo hasta la última onza de nuestra alma.  No podíamos más, ya habíamos tocado fondo.   Así que decidimos pedir una cita con el banco, para plantearles nuestra situación y pedir que flexibilizaran nuestros compromisos de pago de manera que hubiese el flujo suficiente para contratar a una persona que se encargara de administrar el negocio .

Éramos más que conscientes de que el camino por el que íbamos no era sostenible. Así que nuestra decisión era definitiva, le daríamos al banco hasta septiembre para tomar su decisión y si resultaba que su respuesta era un no, pues le entregaríamos las llaves del negocio y que vieran ellos que hacían con eso.  Pero nosotras, de una forma u otra, volveríamos a recuperar nuestra vida. 

Para nuestra sorpresa, entrada la primera semana de septiembre del 2021 recibimos una llamada de nuestra ejecutiva de cuenta del banco para notificarnos que se había tomado la decisión de aprobar nuestra propuesta y que se haría efectiva a partir del mes en curso.  Así que ni lentas ni perezosas corrimos a hablar con el equipo.  Acomodamos los cargos de responsabilidad, la brillante Rosmeri dirigiría el barco y entrenaríamos a nuestra nueva pastelera, la maravillosa Raquel.  Todo estaba en marcha y el primero de enero arrancaríamos una nueva etapa en nuestras vidas.

Este fue nuestro acuerdo, yo me quedaría entrenando a Raquel y supervisando a Rosmeri en su nueva responsabilidad y luego de nuestro tradicional almuerzo de navidad con todas las muchachas, nos diríamos hasta luego y empezaríamos nuestros nuevos proyectos personales.  Ya no era necesario que estuviéramos todo el tiempo en 4 Bistro, teníamos libertad para hacer otras cosas.  Pasamos de vernos todos los días por casi 9 años a coincidir muy de vez en cuando en el elevador del edificio donde ambas vivíamos.

Habían pasado un poco más de 4 semanas sin verla.  Marifer había aprovechado su nueva ganada libertad para ir a pasear y organizar sus planes.  El miércoles 13 de octubre, casi a la hora del cierre, aún en mis pijamas me fui a 4 Bistro a llevar unos pendientes.  Unos minutos después de haber llegado, Marifer entró, venía de hacer ejercicios y pasaba a buscar unos moldes para hornear unos panes de guineo.  Como se había encontrado conmigo, se sentó en la escalera y empezamos a hablar.  

Por primera vez en casi una década, podíamos hablar de cosas sin importancia y reírnos de pendejadas.  Era feliz y se le notaba.  Antes de irse me dijo: “me llevo 2 de tus moldes para hacer mis panes de guineo”.  Marifer no, le dije.  Estoy segura de que me los vas a perder.   Irreverente como siempre, se paró de la escalera, se sacudió, busco los moldes y antes de salir me dijo: “Hey HP, no jodas que mañana te los devuelvo.  Abrió la puerta, sonrió y se fue. 

Un año ha pasado y todo sigue sintiéndose frágil y surreal.  Le sigo escribiendo cada mañana, tratando de verla en cada cosa y cada lugar.  Tratando de encontrarla y encontrarme en el proceso.  Tratando de seguir sin que esté.  Tratando de pegar todos mis pedazos rotos.  Tratando de continuar, un respiro a la vez.

Los brunch en 4 y sus nuevos clásicos 

Hoy me despierto recordando que han pasado 10 largos, bizarros y dolorosos meses sin Marifer. Y fue este mismo dolor el que me hizo entender que después de casi una década, la única manera en que nuestro legado podía continuar era pasando la llave a la siguiente en la línea de sucesión, mi hija Ana Cristina, mejor conocida por su padre como “La Niña” y por su tía Marifer como “Digooooo… o sea…what everrrr”.

Nunca pensé que diría esto, pero extraño las noches de sábado de “Marifer no te duermas tarde que mañana tenemos que trabajar” y las mañanas de domingo de “fucking Marifer, no me contesta el teléfono y no aparece”.  Ya he perdido la cuenta de cuantos domingos llevo despertando por la mañana pudiendo disfrutar de tomarme un café mirando a las montañas de Jaramillo y sin tener que salir despepitada a abrir 4 Bistro.  Es una sensación que sigue sintiéndose agridulce-mente novedosa. 

Mientras espero los 6 minutos para poder presionar mi prensa francesa y disfrutar del mejor café del mundo en el lugar donde se cultiva el mejor café del mundo (inserte emoji de envidia aquí), aprovecho para hacer mi recorrido por la ruta de la nostalgia y llorar mientras me rio recordando lo que ya no volverá. 

Por si no lo sabían, no siempre ofrecimos desayunos. Y quizá se preguntarán qué cómo quedamos siendo el lugar de los desayunos. Pues de la misma manera que quedamos siendo el lugar de los Naked Keis. Por pura casualidad. Para ese entonces 4 Bistro era un pequeño rinconcito acogedor a la orilla de la Avenida Balboa, calle favorita de muchos para hacer ejercicios o salir a dar vueltas los domingos con la familia y/o los amigos.  Por lo que hacer desayunos fue una decisión tan orgánica que pareció haberse tomado sola.

Imaginen esta escena. Yo encaramada en una de las mesas, con una tiza en la mano, escribiendo sobre un tablero negro lo siguiente: 

Desayuno TODO el día $4

-Omelette con pan de la casa

-Huevos al gusto con pan de la casa

-Pancakes

-Tostadas Francesas

-PB&J sandwich

-Pancake dippers

Acto seguido sale Marifer de la oficina, camina hacia mi, se me queda mirando con su resting bitch face y me dice, “Helguita xuxa, será posible que dejes de ser tan focop y pares de inventar más ahuevazones”. Ignorándola por completo, continué en lo mío y al terminar le dije “y si esto te cabreó, no se que va a pasar cuando te diga que vamos a empezar a abrir los domingos”.  Se podrán imaginar que los gritos de la susodicha sonaban como si le hubiera tirado agua hirviendo.

Aunque no le hicimos publicidad alguna, el primer domingo de brunch fue demencial. A nuestro pequeño hueco en la pared de solo 38 puestos no le paraban de llegar enormes grupos de personas hambrientas, para los que nosotras no estábamos ni cerca de estar preparadas. Parecíamos arrieras sin pestañas.  Corríamos de un lado para el otro sin un rumbo aparente, tratando de complacer, de la mejor manera posible,  las demandas de los comensales.  Y como pudimos, nos armamos de valor, le hicimos frente a la locura y la sobrevivimos. 

Terminando el servicio de este primer domingo de brunch en 4, estábamos molidas y nos sentíamos tan abrumadas.  Estábamos convencidas de que todo había salido tan mal que de seguro nadie iba a querer volver.  Lo único que se nos ocurrió en ese momento fue llamar a nuestra súper community manager Mónica y pedirle que publicara en nuestras redes unas disculpas públicas a nuestros clientes por el mal rato que les habíamos hecho pasar.

Fue tal nuestra sorpresa cuando luego de nuestra mea culpa en Instagram, comenzamos a recibir hermosos mensajes de apoyo como este de @peppernetts que decía “Cuando di con este lugar, sentí como si me hubiera encontrado un tesoro, como si acabara de descubrir el secreto mejor guardado de la ciudad”.  Pero,  como si fuera poco, además nos enteramos de que a eso a lo que nosotras habíamos llamado caos, para muchos de nuestros clientes había sido una experiencia entretenida que los había hecho sentir tan cómodos como en su casa.

Muchas cosas han cambiado desde este primer brunch en 4.  Nos volvimos grandes para luego regresar a nuestros orígenes.  Pero lo que no ha cambiado, aún durante los retadores tiempos de la pandemia, han sido nuestros desayunos que siguen estando aquí, al pie del cañón, listos para confortar sus espíritus, llenar sus barrigas y en muchos casos, ayudarlos a superar la goma (cosa de la que Marifer estará muy orgullosa).

 Let’s get NAKED KEI en 4 Bistro.

Los keis de 4 Bistro nos han permitido ser parte de muchas ocasiones especiales en sus vidas y por esto estaremos siempre agradecidas. Con nuestros keis los hemos acompañado en sus compromisos, bodas, baby showers, cumplemeses, cumpleaños, bautizos y graduaciones. En fin, donde han celebrado, ahí hemos estado y esperamos seguir estando. Pero, la verdad sea dicha. El día que decidimos que quizá hacer keis podía ser un buen negocio, ese mismo día le entregamos nuestra alma al diablo. O mejor dicho y para no sonar tan dramática, le entregamos nuestra vida a 4 Bistro. 

El que hayamos caído en las garras de los keis no fue del todo una sorpresa. Marifer y yo crecimos rodeadas de pasteleras. Imagínense, la hermana de mi papá, Ivette, ha tenido negocio de catering y repostería (Cocina Rica) por bastante más de 30 años y la que es mi suegra desde que tengo 15 años (y ya tengo 45) tiene una de las reposterías populares más viejas y buenas de David (Dulcería y Panadería Delicias Ely). Así que es seguro decir que un pedazo de nuestra atracción a la repostería nos venía en la sangre y el otro se nos pasó por ósmosis. 

Entonces, como ya sabemos que cuando las cosas tienen que pasar, van a pasar; un día apareció por 4 Bistro Nini, una vieja amiga de Marifer con la que había compartido apartamento mientras estudiaba en Barcelona y a quien yo le estaba ayudando a planear y decorar su boda. De repente, en medio de la conversación, saca su celular y nos enseña la foto de lo que suponía ser el pastel más trendy en el universo de las bodas. Un tal menta‘o Naked Cake.

Este pastel de varios niveles, al que se le veía el bizcocho pela’o como si a la pastelera se le hubiera acabado el icing resultaba ser el cake que ella soñaba tener en su boda. Pero el dilema con el que se tropezaba era que no encontraba a nadie que se lo quisiera o pudiera hacer.  Y que no hubiera nadie que le pudiera conceder su deseo, en estos momentos, podría parecer una mentira. Pero tomen en cuenta que esta conversación sucedía en el año 2014 en Panamá. Para ese entonces aquí en el terruño, un cake desnudo era una travesura hippy que solo sucedía en las excéntricas bodas de las revistas.

Pues bien, siendo yo de las que piensan que si no lo sé me lo invento, le dije a Nini: “Cuero Bruji, vamos a darle con todo”.  Y no hago más que voltearme y puedo ver la famosa mirada de “que XUXA estás haciendo HP” de Marifer, que me quemaba la espalda.  Pero bueno, ya no había marcha atrás. La cosquilla de hacerlo se me había metido en el cuerpo y el compromiso había sido adquirido.   Pero además,  no entendía cuál era el alboroto, si después de todo ¿qué tan difícil podía ser hacer ese cake pela’o?  

La boda fue hermosa y el cake todo un triunfo.  La celebración olía a cariño, gozo y farra.  La brisa corría por los balcones con vistas a las montañas de Finca Lérida mientras un grupo de músicos de la localidad tocaba jazz y los invitados disfrutaban al ver al sol esconderse y a las estrellas asomarse. ¡Ya sé, ya sé! Todo suena tan perfecto que parece producto de mi imaginación, pero no me lo imaginé. Así pasó y si no me lo quieren creer, vayan y pregúntenle a Nini pue’.  

Pero bueno, a lo que íbamos.  El susodicho kei nos había quedado tan bien logrado que nos dijimos: “que carajo, ¿porqué no?”. Acto seguido llamamos a nuestra community manager extraordinaire, la mismísima Mónica “Popps” Gómez y le pedimos, que así como por no dejar, pusiera su par de fotitos en Instagram para ver si a alguien se le antojaba. 

Miren amigüis , sin ánimo de exagerar les digo que nosotras no estábamos ni cerca de estar preparadas para lo que nos venía bajando. De la noche a la mañana los kei se multiplicaban como si hubiéramos entrado en una película de Gremlins y se nos hubiera ocurrido darles de comer después de la media noche.  Fue tal la locura, que nos tocó montar una cadena de ensamblaje que operaba 24/7.  Cada una tenía su función. Mientras Marifer horneaba y esperábamos que los bizcochos enfriaran, yo hacía los rellenos y los toppers.

Todas las tardes, luego del cierre, cuando el staff se había ido y solo quedábamos nosotras calentando motores para arrancar nuestra faena pastelera, aparecía Danny con una botella de vino en una mano y bolsas de súper en la otra.  Y quiero decirles que ese marido mío se tiraba unas cenas que eran la envidia de todos nuestros amigos.  Era tal la fama de sus comidas, que nunca faltaban quienes aparecían de repente “disque” para saludarnos y se quedaban hasta para el postre.  

Fue mucho después, cuando ya el cuerpo no nos dio más, y lo que había empezado como un invento se había convertido en el 25% de nuestro negocio, cuando tomamos la decisión de entrenar a alguien que nos ayudara a alivianar la carga.  Pero son esas noches interminables, mezclando harina y huevo, cortando y pegando papelitos y burlándonos de nosotras mismas mientras bochincheábamos, comíamos y bebíamos a veces solas y otras veces con familia y amigos, las que ponen una sonrisa en mi boca, un nudo en mi garganta y lágrimas en mis ojos.

¿Y si les contamos el día que nos robaron?

Mientras me decido a escribir, en mi cabeza empieza a sonar Visa Para Un Sueño de 4:40 y me surgen unas ganas enormes de tomarme una copita de vino.  Inmediatamente entiendo como cierta persona, a la que le gustaba gozarse la vida al máximo, me está mandando las instrucciones precisas de cómo quiere que les eche el cuento. Así que yo de bien mandada, procedo a acatar mis órdenes, me sirvo la pócima de mi preferencia y le pido a Alexa que me toque la tonada indicada. 

¡Ahora sí! Ya estoy lista y aquí les va:

Eran las 5 de la tarde de un soleado miércoles en el año 2013. No hacía ni un mes que habíamos abierto. La parada de Metrobus que quedaba en la esquina se desbordaba de gente y a la Avenida Balboa y Cinta Costera no les entraba ni el clásico alfiler. Los carros estaban bumper con bumper y la pitadera no nos dejaba ni escucharnos los pensamientos. 

Ya estábamos a punto de cerrar.  Marifer estaba del otro lado del counter contando el dinero para hacer el cierre de caja. Nuestros 2 saloneros acomodaban el salón y el personal de cocina estaba concentrado en su faena, dejándolo todo acomodado para el día siguiente.   No quedaban clientes dentro de 4 Bistro (GRACIAS UNIVERSO) y aparte del personal, solo estábamos Danny (mi otra naranja) y yo, sentados con nuestras computadoras, en la mesa de la entrada, adelantando trabajo mientras los acompañábamos a cerrar. 

De repente entra por la puerta un muchacho al que no se le lograba ver la cara de lo inclinada que tenía la gorra. Se acerca al counter y pide una soda.  Como un acto reflejo, Marifer cierra la caja y se agacha a buscar lo que le han pedido. Es en este momento que entran 4 hombres más, uno agarra a Danny y lo presiona contra la silla y otro me agarra a mi por el cuello.  El que había pedido la soda se pasa detrás del counter, tira a los saloneros al piso mientras les hace saber que tiene una pistola y le grita a Marifer que abra la caja y le entregue todo el dinero. 

Es aquí cuando la cosa se va poniendo buena.  Marifer se abraza a la caja como si su vida dependiera de ello. El tipo la agarra por el pelo y la empieza a jalar tratando de separarla de la caja, pero ella no se deja.  Es entonces cuando me doy cuenta de que ellos no están armados, que si hubiera tenido una pistola ya la hubiera sacado.  Así que decido empezar a pelear con el tipo que me tenía agarrada. “Muchachos, traigan los cuchillos de la cocina que estos HP no tienen pistola” le gritaba al personal de cocina. Pero mientras me trataba de zafar el hombre me apretaba cada vez más fuerte el cuello con intenciones de ahorcarme.  

Creo que estos tipos no se esperaban a semejantes locas temerarias.  Podíamos ver como los 5 hombres se desesperaban, no lograban quitarle la caja de las manos a Marifer y no lograban controlar mis golpes y gritos.  Como último intento para no salir con las manos vacías, uno coge las computadoras y celulares de la mesa, mientras los otros salen corriendo. Pero adivinen qué…detrás de ellos va Marifer correteándolos y atrás de ella, voy yo. 

Afuera, en la calle lateral, los esperaba un taxi Picanto al que se lograron subir. Pero Marifer se les guindó de la puerta y se la llevaron arrastrada. Y no es hasta que le sacan una pistola que ella se suelta del carro. Pero aún así, no para de correr detrás del carro, mientras recibe las miradas espectadoras de los inmóviles policías asignados a “cuidar” las oficinas de la DGI y el Senniaf que se encontraban en aquel entonces en este edificio.  Porque ustedes saben, lo que sea para evitar la fatiga, pero menos “Proteger y Servir”. 

Como era de esperarse, nuestras honorables instituciones nos hicieron subir y bajar escaleras en múltiples ocasiones y siempre siendo tratados como si nosotros hubiésemos sido los criminales.  Encima, sin importar que tan detallada, valiosa y precisa hubiese sido la información brindada en nuestras declaraciones, la policía jamás “fue capaz” de dar con los ladrones. Por suerte, como contábamos con un buen seguro de robos, más allá de un muy mal rato y una excelente anécdota que contar, pudimos salir sin cicatrices permanentes de este episodio. 

Y como de todo en la vida se aprende, desde ese día entendimos que cuando se cuenta plata se le pone llave a la puerta y que la cerradura eléctrica es una excelente herramienta para controlar el acceso y poder protegernos.  Pero la mayor enseñanza fue el saber que el arrojo de las hermanas Barría no lo podía frenar ni el miedo al miedo ¡METO!

Esta es una de esas historias de las que ahora me río. Pero la verdad es que Marifer y yo no teníamos noción alguna de lo que era el peligro.  Creo que peligro es una palabra a la que le logré encontrar algo de sentido el día que mi hermana murió.  Pero de esto les hablaré cuando haya logrado pegarle más pedazos a mi fracturado espíritu.

No hay una sola memoria de 4 Bistro sin ti.

 

No hay una sola memoria de 4 Bistro que no esté completamente amalgamada con Marifer.  Ella era más que mi socia, mi hermana y más que mi hermana, un pedazo de mi. 

Casi 9 años después, me encuentro sin poder entrar al lugar en el que pasé, en los últimos tiempos,  más tiempo que en mi propia casa. Así que he decidido que, aunque hablar de 4 Bistro es una de las tareas más complicadas con las que me tropiezo en estos momentos, contar nuestra historia me ayudará a recordar y sanar.  

No muchos lo saben, pero no soy chef ni pastelera. Estudié psicología, me especialicé en recursos humanos, pero nunca ejercí.  Y por alguna casualidad del destino, para la que no tengo mayor explicación, desde muy joven encontré mi profesión y sustento de vida en la construcción y administración de obras de construcción. Curiosamente, Marifer tampoco era cocinera, era abogada con una especialidad en administración hotelera y sumamente inteligente. O como la describía mi mamá cada vez que la veía perdiendo su tiempo: “con una de las inteligencias más desperdiciadas que conocía”. 

Creo que también es importante contarles que Marifer era casi 10 años menor que yo, porque esto definió significativamente como nos veíamos la una a la otra.  La distancia generacional era tan grande, que muchos pensaban que era mi hija.   Y no únicamente porque ella siempre pareció de 15 años y yo de 40; si no porque mi relación con ella, a lo largo de toda nuestra vida juntas, había sido más parecida a la que una madre tiene con su hija.

Pero a ver, empecemos la historia…

Un día, mientras regresábamos de supervisar un proyecto en algún país de Centro América, mi socio (arquitecto) en el negocio de la construcción, me cuenta de un edificio en Avenida Balboa, propiedad de uno de nuestros principales clientes, que contaba con locales comerciales en la parte de abajo.  Y así de la nada, como quien descubre que puede tener un hobby para distraerse de la realidad de la vida, empezamos a fantasear (fantasía en la que Marifer siempre estuvo presente) con la idea de que quizá sería “divertido” montar “alguito ahí”. 

 

Es mágico ver como el universo lo tiene todo claro. Como sin saberlo, sin saber que tan corto sería nuestro tiempo juntas, este invento llamado emprendimiento que en un inicio era sólo una distracción me dio la oportunidad de compartir intensamente (con énfasis en intensamente) con Marifer. 

 

Pocos meses después de nuestra conversación de avión, en agosto del 2013, 4 Bistro se volvía una realidad, pero quizá no la realidad que habíamos imaginado. La complejidad del proyecto nos ilusionaba, pero de la misma manera nos abrumaba.  Tantas veces pensamos en colgar los guantes, pero algo más fuerte que nosotras nos empujaba a continuar. 

 

Recuerdo no tener días libres, estar crónicamente agotada.  Trabajaba de lunes a sábado en mi empresa de administración de obras y los domingos, sin falta,  a las 7am estaba en mi puesto de trabajo en 4 Bistro lista para enfrentarme con uno de los oficios más estresantes que había conocido…atender el salón de un restaurante de desayunos en el sagrado día del brunch.

 

Pasaron cerca de 4 años antes de que pudiera dejar el negocio que me había mantenido por 15 años y decidiera entregarme de lleno al mundo de la restauración y cocina. Pero una vez decidido, le dimos con todo. Le apuntamos a crecer y con esto vino la mudanza.  Fue así como pasábamos de ser una minúscula esquina en un viejo edificio a un lugar que en sus buenos días de brunch,  rotaba más 250 personas.  

Entre días excelentes y otros no tan maravillosos, los años pasaron llenándose de muchos momentos que pasaron desapercibidos, pero que son ahora mi mayor refugio.  Como guerreras, llenas de miedo pero más miedo a no luchar, le pusimos el cuerpo entero a la pandemia y le ganamos la primera ronda. Y anticipándonos a lo que venia decidimos contraernos, mudarnos y aguantar.  Es entonces cuando nos mudamos a nuestra actual ubicación, volviéndonos a nuestros orígenes en tamaño pero con la ventaja de los años luz de experiencia y conocimiento adquiridos en el recorrido.

La ultima tarde que la vi, fue en 4 Bistro.  Mientras yo organizaba un pedido para el día siguiente, ella llegó, se sentó en la escalera, me pidió uno de mis moldes de cake y por supuesto le dije que no.  Que estaba segura de que me lo perdería. Se paró, se limpió con mis instrucciones, cogió el molde y antes de irse me dijo: “tranquila que yo te lo devuelvo mañana”. Me miró, se sonrió y me dijo su último adiós.

Hoy me encuentro viendo 4 Bistro desde el carro y a través de la vitrina.  Incapaz de entrar al lugar que me vio cambiar de forma tan radical que todavía me encuentro tratando de reconocerme. Pero me llena de fuerzas saber que mi hija está ahí, que lo entendió como suyo y que el legado continuará. Que Marifer seguirá viva en cada espacio de lo que construimos juntas.